"
Era de las que rompen los puentes con solo cruzarlos
".


30 de junio de 2011

Yo mataré monstruos por ti

Voy a hacerme una super heroína, lo decidí esta mañana mientras tomaba té vestida de Sherlock Holmes. Se lo he comentado al pez que robé en Siberia y que hace días que flota pero no me atrevo a tirarlo. He quemado mi álbum de fotos, sigo siendo la misma y pienso que he cambiado. Ingenua. Estaría bien eso de ser una super heroína e ir salvando culos por todo el mundo. (¡Cómo si alguien alguna vez fuera a salvarte tu culo!), no, quizás no sería una salva-culos sería una super heroína de mi misma, me salvaría mi propio culo ('qué imbécil" estás pensando cómo si todo el mundo no se salvara su propio culo) En realidad son pocos los que salvan su culo, lo dejan ahí esperando que algún día las brasas dejen de quemar. No entienden que lo que deben hacer es levantarse e ir algún sitio donde el simple hecho de vivir sea fácil. Bueno, fácil no (no nos pasemos) quería decir soportable, la vida nunca es fácil, si lo fuera no valdría la pena.

Así que puede que no haya cambiado y me siga quemando en las brasas pero no tengo intención de quedarme, lo que haré será apartarme un poco. No es que haya que vivir, sino que también hay que intentar no morir.
Aquí estoy con las bragas fuera y mallas ajustadas. Parezco una pallasa en vez de una super heroína, me lo ha dicho el pez, yo me lo he creído, el pobre todavía no se ha dado cuenta que aunque yo parezca una pallasa él está muerto.

27 de junio de 2011

La puerta de la calle hicieron resonar los cristales.

No entendía nada, sus gritos inundaban la habitación con palabras incomprensibles que a veces cambiaban incluso de lengua. No endendía nada, tampoco hizo nunca esfuerzos por entenderla. Y allí estaba ella cabreada en la habitación amarillenta y completamente desnuda. Él seguía en la cama, al tercer intento de calmarla se encendió un cigarro. Amanda se fue hacia el y le dió un bofetazo. Odiaba el tabaco no lo podía soportar, quizás por esta razón tampoco lo soportaba a él.

El chico empezó a ponerse sus pantalones pitillos para salir de allí, estaba harto de aguantar sus estupideces, nunca en la vida había visto una mujer tan estúpida. No llegó a alcanzar el jersey cuando Amanda de un empujón lo tiró de nuevo en la cama.

-No, no, no. Escuchame, ¿me oyes?, escuchame y deja ya de tonterías. Te dije que nada de besos que solo bailaramos y follaramos. Los besos son para los débiles, para los estúpidos, para los ignorantes. Esos que se creen que el amor es lo más bonito del mundo. Y tú, tú, vienes aquí me desnudas, haces lo que te da la puñetera gana de mi y me dices que me quieres. Pero, ¿quién crees que eres? ¿eh?

Giró su mirada hacia otro lado y suspiró, no, ella tampoco tenía remedio. Estaba loca, psicótica. Se maldecía por el millón de mujeres que había en esa fiesta y le toco la psicótica, la transtornada. Amanda se tranquilizó y de un portazó se marchó a la terraza. Ahí estaba, como siempre la mujer desnuda sintiendo la brisa francesa del mar. Hacía frío, siempre hacía frío para ella, pero ya le era indiferente. No le estaba gustando aquella vida, de nuevo sintió las mismas ganas de marcharse de allí como las que sintió ese veinticinco de febrero a las tres de la mañana en su hotel de Madrid. Ahora tenía una casa a su nombre, un trabajo medio estable y una vida social que le acompañaba a la cama todas las noches. Nada que envidiar aparentemente, pero odiaba que le dijeran que la querían. Mostrar algún tipo de aprecio la hacía enloquecer, como si una bomba explotara hacía salir por patas a todo aquel que se pasara de la raya. Cuentan que una vez tiró de casa a uno desnudo porque le había dicho que le había dicho que quería otra noche con ella.
Jean-Pierre era el único que había conseguido ir a su casa tres veces. Siempre acababan mal, siempre, le arrojaba muebles, ropa, sábanas y todo lo que encontraba. Su relación era de vida o muerte, y siempre acababa con la muerte en las manos. Era un odio mutuo que nadie entendía porque seguían, que era lo que les hacía que quisieran volver a acostarse juntos. Esta vez la pelea fue por un "¿quieres pasarme los pantalones, preciosa?"

La puerta de la calle hicieron resonar los cristales.

19 de junio de 2011

Una vez conocí a una chica que guardaba las sonrisas en latas de conserva

Ella era una de esas chicas que sonreían cuando veían escrito la palabra sonrisa, lo hacía sin querer incluso si era ella misma quien escribía sonrisa, le hacía gracia esa palabra, era tan simple tan fácil que la hacía sonreir. Lo sé, era muy estúpida, no hace falta que nadie me lo dijese para saberlo pero era tan dulce verla reír que quién la castigara a no hacerlo no debía de ser perdonado nunca. A mi siempre me gustó ver sus mejillas cuando se marcaban al sonreír, era tan mágico como ella misma.
En realidad era de esas chicas que contagiaban cuando reían, que te quedabas mirando diciéndo por qué te ríes y sin apenas llegar a contestarte ya estabas tu también igual. A veces llegaba a odiarla porque como todo el mundo yo también tenía dias malos y verla ahí intentando hacerte sonreír a veces tenía poca gracia y hacías una mueca para que se contentara pero eso es lo que tu creías que con una mueca le valdría, estamos hablando de la chica de las sonrisas en lata, ¿recuerdas? Pues eso que si hacía falta se ponía a bailarte el jula jula sin prejuicios delante de toda la gente porque es que ella no aceptaba ninguna mala cara en la vida. Aunque a veces yo sentía que su sonrisa no era totalmente verdadera, a veces creo que me robaba mis tizas de colores y se pintaba una para disimular.

16 de junio de 2011

Vuelvo, vuelvo de donde pensé que no volvería que dejaría las cosas como están y cerraría la puerta con llave. Se puede comparar con aquel escritor que le dicen "no pensaba leerme su libro pero al final terminé por leérmelo". Y para mí el fin no justifica los medios, si no querías leer, ¿por qué leíste?, ¿por qué volviste?, yo pensaba que aquí no habitaban fantasmas que no era como mi habitación, que todo esto no estaba infectado, me equivoqué. Puedo sentir todo lo que sentía en cualquier línea, incluso ese dolor en palabras malintencionadas.


Cambié y aquí estoy escribiendo con otro tipo de letra, otras formas de ver las cosas. Las cosas que te acaban dañando con el tiempo te mejoran. Las palabras de abajo son pasado, historia, pero sobretodo mi vida y no la pienso tachar sino me quito telarañas, abro las ventanas para que se vayan los fantasmas y empiezo de nuevo como si nunca me hubiera ido, como si hubiera vuelto de hacerme una taza de café y las paredes de mi casa aparezcan pintadas de verde.
Entonces me asentaré como siempre, cogeré el lápiz de siempre y me invadirá una perspectiva diferente aunque yo sea la de siempre

14 de junio de 2011

Morir es fácil.

Seguía en Siberia con su frío, con su dolor, con sus malas causas... No era un bien día, no era un bien día ni siquiera en Siberia. Hacía un frío crudo, a mi me estaba costando aguantar todo aquello, sentía que de un momento a otro oiría un crujido en mi interior y moriría.
Parecía simple, en realidad lo era aunque a mi me pareciese el contrario. Me adentré en el bar de siempre, necesitaba unos buenos tragos de tequila, tampoco era mi mejor día. Era un día de esos en los que te hacían sentir la cosa más estúpida del mundo sin mucho esfuerzo. No me hizo caso y me sirvió un chocolate caliente, ni siquiera llegué a discutirle, rompí a llorar y un trozo de pierna se me congeló, al fin una parte de mi dejaba de sufrir.
Un muchacho se me acercó y cogiendo una de las lágrimas que resbalaban por mi cara me hizo un colgante. Quizás lo hizo sin querer como quien le da un pañuelo a alguien sin preguntar por tu nombre.
Después, me entraron unas ganas terribles por volver a sentir su tacto.