Nube iba saltando de piedra en piedra intentando no caerse a mar, el buen tiempo la alegraba y, aunque todavía no hacía unas temperaturas para meterse en el agua Nube no dudaba en ir a dar una vuelta por el mar. Flor, su madre, la vigilaba desde la orilla dándole leves toques cuando la veía decidida a meterse en el mar.
Le encantaba el mar, pasar horas dentro y fuera de él. Estar cerca de las olas, recoger almejas y sentir el olor marino hacia que la pequeña disfrutara sus horas de infante. En cambio, Flor odiaba el mar, no soportaba los granitos de arena metiéndose en la ropa, el los zapatos y en cualquier cachivache que encontrara cerca, no le gustaba meterse en el agua y salir con la piel reseca por culpa de la sal marina. Y aún menos le gustaban los bichejos con pinzas que correteaban a la vera del mal. Pero disfrutaba ver a Nube corretear y saltar feliz. Nube no desistía en insistir a llevar a su madre al mar para poder transmitirle aquella vitalidad que el mar le transmitía a ella.
Pero Flor ya no sonreía a todas horas.