Sus miradas se cruzaron y un montón de palabras empezaron a salpicar sus jóvenes labios. No se conocían, simplemente, habían coincidido en un mismo lugar y en una misma gente. Todos hablaban, todos se conocían, y allí estaban ellos dos muriéndose del asco. Cosas del destino o quizás mera casualidad, los dos comenzaron la conversación con su nombre. Allí no había nadie dispuesto a presentarlos, era demasiado pronto para dejar de beber y empezar con la cortesía. Ella se llamaba Alma y él, Javier. Y, como todas las personas destinadas a amarse como locos, cada sonrisa les llevaba a otra sonrisa y, de repente, se abrazaban y reían de nuevo. Aquel lugar ya no parecía tan espantoso cuando sus manos empezaron a juntarse y a jugar entre ellas. Aquella repentina amistad se convirtió en algo más cuando en menos de media hora cada uno ya conocía todos los secretos del otro.
Alma se puso de rodillas encima de las piernas cruzadas de Javier, él sonreía sacándole la lengua y haciéndose el maduro como si solo hiciera aquello para contentarla. En realidad, Javier llevaba sin reír desde el verano del 2009 cuando se encontró a Nikki en la cama de Joel. No le pidió explicaciones, ella tampoco se las dio nunca.
Javier se acercó a su oreja y le susurro en medio de aquel gran murmullo le pidió que le diera lo que más se apreciara, una cosa que para ella fuese importante. Alma se quedó atónita al ver la seriedad de sus palabras ella se miró y buscó algo que darle. En su mano izquierda, llevaba dos pulseras que le habían regalado; en el cuello, un collar del festival de música del 99; en el bolsillo derecho guardaba una foto de ella a sus cuatro años montada en bicicleta. Alma sonrió besó sus labios y le dio lo más importante que tenía, su mano.