A las siete de la mañana como todos los días Clara por las escaleras para llegar a casa de Ester. Hoy el aspecto de Ester totalmente pálido y la mirada perdida por la ventana. Sus ojos eran color cacao y con lo dulces que fueron en una época ahora son amargos, su cara siempre fue sonrosada ahora es pálida y un poco tétrica, tiene algunos rasgos endurecidos que reflejan el dolor que está sufriendo. Lo más salvaje de ella era su voluminoso pelo color rojo fuego y con rizos pequeños que ahora se ausentaba, todo aquello había sido substituido por un pañuelo azul.Clara las llaves en el mueble de la entrada y dibujando una sonrisa amplia le mandó unos buenos días. Al parecer Ester tenía humor para hablar, y eso Clara lo soportaba. Desde pequeñas habían sido muy buenas amigas. Las dos sin pelos en la lengua entre ellas, sin miedo a que la otra se enfadara. Así fue todo hasta que a los treinta y seis años y medio le detectaran a Ester un tumor en la cabeza. Los padres de Ester habían muerto tiempo atrás y Héctor, su pareja, le dijo que tenía que darle un tiempo una semana después de haber recibido la noticia. Desde entonces Clara cuida, como lo que realmente son, dos hermanas.
Días como estos Clara le saca la lengua por sus malas caras, le quita el pañuelo haciéndola correr por toda la casa hasta que con su risa contagiosa empieza también a reír.
Clara le pidió que le jurase que no la iba a dejar nunca sola, que nunca se vaya sin ella, porque si la deja sola va ser ella la que se va a morir.

