Micaela llevaba el cabello corto y ondulado, era una especie de pequeños nidos de pájaros revoloteando por allí. Su mirada era oscura, tenue, quizás por la cantidad de lápiz negro corrido en su cara, el cual formaba unas largas líneas que le llegaban a la comisura de los labios donde el carmín le pedía a gritos otro baile más.
La gente iba y venía por aquel gran salón repleto de personas. Cada una tenía sus propios problemas, vidas e historias. Aquellas historias eran reales, propias. Sin embargo, Micaela no tuvo esa suerte. La gente reía y vociferaba anécdotas por todas partes. las historias no tenían en ningún momento otro propósito que mostrar al resto su emocionante aunque típica vida. Micaela tuvo la oportunidad de escuchar dos o tres. Tiana, una mujer mayor con cabellos grisáceos, contaba cuando su querida gata le robaba sus sombreros para esconder comida. Esta anciana nunca se olvidaba de echar una estruenda carcajada cada vez que la gente empezaba a dormirse.
Por otra parte, estaban Lucas y Gabriel, dos jóvenes adolescentes que vivían del dinero que sus padres les seguían proporcionando. A estos dos jóvenes les entusiasmaba insultar a prostitutas y pagar por sus servicios para terminar echándolas al río más cercano cubiertas de barro. Estos siempre se excusaban como buenos cristianos diciendo que aquello no era nada más que una piadosa lección de Dios. Micaela agradeció estos actos tan bondadosos invitándoles a una copa de champagne, no sin antes regalarles en sendos vasos un pequeño salivazo lleno de odio.
En aquel momento decidió separarse del resto de la gente, a sabiendas de que aquello no encajaba con ella. Era curioso pues, a pesar de las ridículas vidas de cada uno de los asistentes, todos ellos tenían algo que ella nunca había conseguido tener: una vida de verdad y propia. Estando allí sentada a nadie le importaba quién era ella. Nadie tiene la suficiente paciencia para estar dos minutos escuchando y uno hablando.
Su vida nunca había sido un éxito, y cuando lo era, daba igual. Siempre había alguien mejor que ella, alguien al que anteponer su triunfo al de ella. Y lo mismo sucedía cuando su vida se iba al traste. Cuando intentaba soltar por aquella pequeña boca el dolor que le asfixiaba en su pecho ya había otra voz ocupando su puesto para relatar algo muchísimo peor.
A nadie le importan los papeles secundarios en las películas, o eres el protagonista o seras otra maldita bambolina más del escenario. Todos miran hacia delante esperando ver la estrella y nadie se pregunta que igual aquella pequeña chica con el maquillaje corrido también tiene algo que decir. Igual, si alguien la hubiese dejado hablar, si alguien se hubiese sentado a su lado y le hubiese preguntado qué tal su día, ella, asombrada ante tal acto de valentía hubiese dicho: bien, todo va muy bien.