"
Era de las que rompen los puentes con solo cruzarlos
".


20 de octubre de 2011

Estrofa a estrofa, nota a nota

La besé porque ella creia en las canciones orgásmicas. Quizás también fue por algo más pero ahora no me acuerdo. Ella me explicó que era eso de las canciones orgásmicas ocurrió la primera vez que la conocí, cuando a lo lejos empezó a sonar una canción que hizo que se quedara quieta en medio de la calle con los ojos cerrados durante unos largos minutos. Hasta que aquella canción no terminó de sonar ella no recobró la compostura, en ese instante ella abrió los ojos y por unos instantes pudo comprobar mis anonadantes pupilas absortas por aquello que acababa de suceder. Solamente sonrió y me explicó todo aquello.

Las canciones orgásmicas eran aquella canción que la primera vez que la oíste ya sentiste que tu vello se ponía de punta, notabas temblores en tu interior y cuando llegabas a casa solo pensabas en ella, más que pensar era una obsesión con esa canción que buscabas y rebuscabas hasta que tras varias horas de pelea la encontrabas. El momento crucial venia cuando la escuchabas tranquilamente, cuando absorbías estrofa a estrofa todas sus notas y entonces es cuando lo notabas. Sentías que tu cuerpo se corría ante tal bacanal de sonidos que se transmitían desde tu tímpano hasta tu cerebro recorriendo la pequeña cadena de huesos que tenemos al interior del oído. Las canciones orgásmicas eran aquellas que te provocaban orgasmos auditivos y ella era mi canción orgásmica.

¿Una canción orgásmica?

16 de octubre de 2011

La chica reincidente


Se la conocía como a la chica reincidente, de las que se caían todas las mañanas mientras desayunaban tostadas con café caliente y media mandarina. Se pasaba horas en el suelo y hay quien cuenta hasta días. No podía levantarse, su corazón le dolía tanto que sus piernas no soportaban tanto peso y caía a plomo. Más que la chica reincidente yo la llamaría la chica residente en el suelo.


Nadie podía quedar con ella hasta las siete de la tarde, después de limpiar todo el estropicio que hacia al levantarse seguido de su rutinal caída al suelo. Un día subí a su piso a causa de unas goteras que me estaba provocando. Cuando llegué el agua me llegaba por las rodillas y allí estaba ella, ahogándose entre sus propias lágrimas. Debía llevar allí al menos unos dos días, la verdad es que en aquel instante solo necesitaba que alguien la cogiera de la mano y le preguntase que la estaba matando.

En realidad, creo que no hacía falta ser muy lista para saber quién la estaba matando en vez que qué.