"
Era de las que rompen los puentes con solo cruzarlos
".


23 de septiembre de 2010

Llegas tarde

-Llegas tarde- gritó Jack desde la otra esquina de la barra.

Susan entró con su media melena ondulada por aquel bar sombrío y mugriento. Al ver el rostro de Jack una sonrisa se le dibujó en la cara mostrando sus dientes blancos y bien alineados. Aquel hombre tenía unos cuantos años más que Susan se había conocido tiempo atrás en una reunión de tiburones de la bolsa, ella era hermosa tenía unos labios rojos y unas cejas gruesas pero bonitas al fin y al cabo; en cambio, Jack era un tipo bien plantado con un color de piel oscuro por las largas horas al sol haciendo quién sabe qué su cabello era una media melena corta con bastante pelo y negro como el carbón, en cambio sus ojos miel le hacían parecer un hombre dulce (bien sabía Susan que no era así). Aquél día Susan se acercó a él y con tan solo mirarse a los ojos salieron de aquella aburrida reunión e hicieron el amor entre los matorrales que había al lado.

- Lo siento, tenía cosas importantes que hacer. Un güisqui por favor -le pidió a la camarera que llevaba un piercing a la nariz-. Creo que deberíamos dejar de hablar, esto no debe de estar bien.
- ¿Y porque no?

Susan miró los ojos de Jack, aquellos que siguió aquel catorce de marzo mientras él intentaba seducir a la secretaria, era una jovencita de dieciocho años incapaz de creer en poco más que el amor, ella sólo le llevo una copa de champagne.

-Porque creo que te quiero.

Los ojos de Jack cambiaron se volvieron oscuros la miel desapareció siendo sustituida por una máscara oscura. Jack sólo pedía una cosa, que no te enamoraras de él.

18 de septiembre de 2010

Un día te diré basta y dejaré de respirar

Madamme Juliette sabía vivir sin aire, lo comprobé la semana pasada cuando vi que Paul se marchaba de su casa por la ventana trasera. Todo el mundo sabía que eran amantes, amantes bipolares.. Ellos nunca lo admitirían pero se amaban con locura. Aquella mañana mientras Paul se metía entre las malezas de su jardín Julliete aguantaba su respiración en la habitación donde todavía olía a su amor pero que también podías sentir la humedad de las lágrimas que habían derramado cuando Julliete le dijo a Paul que no iban a verse más, que se olvidara de todo, que se olvidara de los jueves a las ocho y treinta y seis de la tarde, porque ella ya no iba a estar más. Era mejor así, Julliete lo sabía. Ahora aunque su cabeza no lo sintiera su corazón le estaba pidiendo a gritos que fuera hacia él y le dijera que no quería que se fuera.

Julliete sigue sin respirar y nota como se hace pequeña, estúpida y pequeña, intenta escuchar a lo lejos los pasos de Paul abandonar su jardín y saltar por la verja. Entonces fue cuando Julliete se convirtió en la piedra que se hizo añicos.